Después de cumplir los 20, las hojas de los días caen vertiginosamente del calendario, apilándose dolorosamente en montones que forman meses y años.
A veces esperamos algo que no deseamos: la llegada un examen dificil, una operación quirúrgica, el despido en nuestro trabajo, la marcha de un ser querido... cuando queda una temporada hasta entonces pensamos "bueno, aun falta, no pasa nada". Pero el martillo del tiempo no se detiene en su avance inexorable, cuando nos damos cuenta estamos al final de la tarde anterior del funesto acontecimiento que nos asusta, como un domingo lluvioso. Todo llega.
La vida se ha abierto paso por una carambola casi imposible, pero nos iremos de forma insignificante, se apagará todo y nuestro cuerpo será podredumbre, se acabó el mundo para nosotros. Todo lo que hemos visto, todo lo leído, lo que hemos amado y odiado, el amanecer, la luna en la noche, todo se habrá acabado.
Ver un bebe recién nacido y esa eclosión de vida te hace sonreír para, a continuación, imaginar un reloj pintado en la frente del pequeño. Para él el tiempo también ha empezado a correr.
Quizás quede alguien para recordarnos, pero cuando ese alguien desaparezca ya no habrá huella de nosotros en este mundo, mas que una lápida que se agrietará acabando mezclándose con nuestros huesos.
Somos una infinitesimal parte de una mota de polvo en la escala temporal del universo, quizás ni siquiera el mundo es tal y como lo vemos, moriremos en nuestro hormiguero convencidos que todo es tal cual lo percibíamos.