Da igual que seas rico o pobre, que tengas más o menos dinero en tu cuenta, que seas guapo o feo, que folles mucho o poco, casado o soltero, con hijos o sin ellos, que tengas curro o no, que vivas en un país industrializado o tercermundista, que seas hombre o mujer, que seas Casillas o el reponedor de la tienda de la esquina, da igual que seas blanco, negro, árabe o gitano, que seas más o menos feliz.

En no más de 120 (siendo muy generosos) años todos los que aquí escribimos seremos polvo.

Y una vez que mueres, da igual como haya sido tu vida. Un día todo lo que tienes y todo lo que eres se esfuma.

En ese sentido la muerte es justa, justa porque nos sitúa a todos en la misma línea, la línea de la nada.


"Una vez que acaba la partida, tanto el rey como el peón van a la misma caja"